jueves, 28 de mayo de 2020

Olimpiadas post pandemia



Hay dos posibilidades: el síndrome de abstinencia por no  hacer deporte estos meses es altísimo o bien los kilos de más que han provocado el confinamiento son de romper la báscula.Solo así entendería esta híper estimulación colectiva por andar, pasear, correr, ir en bici, hacer marcha nórdica, corredores de maratones que solo ellos cronometran… 

Por las mañanas temprano pero sobre todo al caer la tarde, la carretera de Sant Cugat a Cerdanyola, parece un estadio atlético, sin medallas eso sí. Hay un fluir constante  de atletas  olímpicos  vestidos de mil maneras  distintas a ver cuál lleva el mejor estilismo. Supongo que esto también debe ser transcendental para salir a la calle y mover las piernas.

Da gusto observar el ambiente. Por la mañana la aglomeración es más escasa, supongo que mis horarios de trabajo también influyen a no ver toda la movida deportiva. Pero a las ocho de la tarde, cuando vuelvo de trabajar, el ambiente  es de festival deportivo. Da ganas de aplaudir y corear bien alto alguna canción de ánimo al esforzado bebedor de cervezas que ahora intenta esconder barriga y michelines para ponerse a punto para la playa de la Barceloneta o alguna recóndita cala de la Costa Brava.

Será un verano sin dinero, sin  excesivas ganas de movida internacional, para ir al recóndito paisaje de Tailandia, del año pasado. No tendremos turistas ni ejerceremos como tal. Se impondrán las  chancletas  en el balcón de casa, comiendo la sandía a media tarde para aliviar el calor, como nuestros abuelos.

Así pues una cosa buena ha dejado esta  Pandemia si ha fomentado que andemos y nos cuidemos cada día, alguno lo hace  andado a paso ligero, el de mas allá parece una  tortuga, otros corriendo como  galgo detrás de la liebre.

La marcha es indistinta pero refleja que todos hemos encontrado en falta la naturaleza, el sol, el viento a la cara, la lluvia que entela las gafas y te moja entera, el cansancio del ejercicio, la ducha reconfortante al llegar a casa. 

A veces un confinamiento ayuda a descubrir que tu cuerpo tiene vida y solo nosotros se lo podemos dar.



Foto de RUN 4 FFWPU en Pexels

martes, 26 de mayo de 2020

La vida fluye como el agua



Al colgar el teléfono pensé que era la última llamada, es forzoso olvidar. Si el hijo lo está intentado, también debo hacerlo.Podrá parecer duro pero mi salud emocional lo necesita. Ha llegado el tiempo de dejar  que la vida fluya para todos, como el agua del torrente.

Ninguno de  los sanitarios que hemos vivido la situación en las residencias podremos borrar de nuestra memoria lo vivido, por una razón muy obvia: cuidamos a personas mayores, algunos estaban con nosotros desde hace muchos años. Perdernos, verlos morir con una rapidez escalofriante. No poder hacer nada o casi nada es de una impotencia profesional y humana atroz.

Si esta pandemia hubiera sucedido al inicio de mi carrera, a estas horas estaría buscando otro trabajo. No lo hubiera resistido, ahora sí. Los años te curten, aprendes, muchas veces  con lloros y tristeza infinita. Las  pérdidas queridas son las más sentidas, y sin casi darte cuenta, vas aproximándote a tu propia muerte sabiendo muy bien que no hay huida posible.

Colgué el teléfono pensando en la conversación mantenida. La línea divisoria entre la vida y la muerte es apenas un suspiro. Conozco  muy bien las fases  físicas de la agonía,  siempre llega el momento en que la persona deja de luchar para vivir y aquí radica el gran misterio de la existencia.

Al mismo tiempo que las interrogaciones fluyen a tropel en mi mente: porque no antes, porque  no aguanta, podemos hacer algún otro tratamiento, realmente tiene sentido si solo quiere marchar,  debía haberlo cuidado mejor....

La Pandemia ha sido una cura de humildad profesional extraordinaria: nada logramos o muy pocas veces lo conseguimos. Pero estuvimos con los residentes  hasta el final, a su lado. Nadie del equipo fallo en este acompañamiento a una muerte cierta.

Esta carrera la ha ganado el Covid-19, ha ido siempre por delante de nosotros. Debemos continuar viviendo, sin bajar  la guardia. Si vuelve a resurgir y se lanza al galope como un corcel salvaje, volveremos a sufrir y no podemos  repetir una  catástrofe como la vivida.

Imagen de euichul hwang en Pixabay 

lunes, 18 de mayo de 2020

Cuando ruge la Marabunta






Ayer volví  a la residencia, esta mañana  he recordado una de las películas  preferidas de mi madre. Seguramente desconocía  que era un alegato subliminar de la industria de Hollywood hacia  los comunistas comparándolos con las hormigas  destructivas que asolan regiones  en Sudamérica. Fue rodada el 1954, en plena Guerra Fria,  los insectos eran el `` mal´´ a frenar y combatir, no debían entrar.

El Covid-19 no es una hormiga, sino un virus, su paso a diezmado la población de las residencias y no solo en España. Las consecuencias  en  los centros  asistenciales geriátricos de todo el mundo han sido alta, la mortalidad se ha disparado de forma espectacular.


Cuando ayer empecé a hacer la ronda de la mañana comprendí el grado de afectación real, no saldrá en ninguna estadística mortuoria, pero serán secuelas muy complejas de resolver.

Los que ha sobrevivido,  sus caras expresan sin ningún disimulo la dureza de la enfermedad. Están más delgados, alguno ha comido poco y el desánimo tampoco ayuda a tener apetito. Los problemas motores por haber estado encamados son importantes, la pérdida muscular será difícil de recuperar por más rehabilitación o gimnasia que intenten las fisioterapeutas. 

Hay tristeza en muchas miradas, la soledad, no ver a las familias, la poca comprensión a veces del motivo por el que estaban encerrados es sus habitaciones, porque dulcificar la palabra con decir que hemos confinado es solo un subterfugio teatral de la situación vivida. 

Si había desmemoria o la situación cognitiva ya apuntaba a complicarse, los ingresos al hospital, la desubicación han  agudizado el deterioro mental de forma irreversible. 

Sonríen ahora, es verdad.Ayer más de uno, con las distancias bien tomadas gracias a los gerocultores, tomaban el sol en la terraza, la tan necesaria vitamina D volvía a unos cuerpos maltrechos.

Después de esta gran marabunta viral,  con la certeza que habrán repuntes. Me cuestiono sino deberíamos cambiar los protocolos y actuar con mayor celeridad y prevención  si el Covid-19 vuelve a las andadas. Ni los sanitarios que hemos estado en primera línea, ni las personas mayores que viven en las residencias, supervivientes de un drama no solo físico, sino emocionalmente durísimo, lo vamos a resistir.

La película termina con un campo inundado, totalmente asolado por el paso de los insectos, el abrazo de la pareja protagonista, formada por Charlton Heston y Eleanor Parker es el final feliz  que se espera en una  película de Hollywood.

¿Seremos capaces de reconstruir mucho más que una plantación de café? Está en juego la calidad de vida de nuestros mayores y nuestro futuro también. El modelo asistencial geriátrico se ha demostrado imperfecto, no solo aquí, las Nursing Homes de Gran Bretaña y USA, como en Suecia,  no han salido indemnes de la Pandemia. Tenemos dos posibilidades: olvidar lo vivido es una opción, luchar para que no vuelva a pasar otra. Cada uno debe escoger su elección. 

Imagen de Hans Braxmeier en Pixabay 

jueves, 14 de mayo de 2020

Fabula del Cuidado



Somos extremadamente frágiles.  De los mamíferos, el más dependiente de su madre, no solo en la etapa de la lactancia sino buena parte de su infancia. Las personas,  nacemos   para ser cuidados y para cuidar, damos y recibimos permanentemente  al largo de su vida. Este indisoluble intercambio es un bien social,  no solo de salud, que nos define como especie y ha hecho avanzar a Humanidad a lo largo de los siglos.

El vocablo cuidado,  etimológicamente hablando,  proviene de la palabra latina cura o cuera. Las curas enfermeras  nacen de este término que definen a la perfección nuestras  funciones con una  metodología y una  mirada holística en las personas que atendemos, sin olvidar su familia o la comunidad donde viven.

Archivando papeles estos días de confinamiento, he encontrado esta narración proveniente  de  Higinio  bibliotecario egipcio de Cesar Augusto   : 

Cierto día, al atravesar un rio,  Cuidado encontró un trozo de barro. Y entonces tuvo una idea inspirada. Cogió un poco de él y empezó a darle forma. Mientras contemplaba lo que había hecho, apareció Júpiter.

Cuidado le pidió que soplara su espíritu. Y Júpiter lo hizo de buen grado.

Sin embargo cuando Cuidado quiso dar un nombre a la criatura que había modelado, Júpiter se lo prohibió. Exigió que se le impusiera su nombre.

Mientras Júpiter y Cuidado discutían, surgió de repente la Tierra. Y también ella quiso dar su nombre a la criatura, ya que había sido hecha de barro, material del cuerpo de la Tierra. Empezó entonces una fuerte discusión entre los tres.

De común acuerdo, pidieron a Saturno que actuase de árbitro. Este tomo la siguiente decisión que pareció justa a todos:

 `` Tu Júpiter, le distes el espíritu; entonces, cuando muera esta criatura, se te devolverá ese espíritu. Tu Tierra, le distes el cuerpo; por tanto también se te devolverá el cuerpo cuando muera esta criatura.Pero como tu Cuidado, fuiste el primero, el que modelaste la criatura, la tendrás bajo tus cuidados mientras viva.Ya que entre vosotros  hay una acalorada discusión en cuanto al nombre, decido yo: esta criatura se llamara Hombre, es decir, hecha de humus, que significa tierra fértil´´ 

En la mitología clásica no solo se da importancia al espíritu y al cuerpo en este relato. De hecho Cuidado aparece el primero  en la fábula, él es el verdadero protagonista de la narración que explica  Higinio. Sin esta cura continua el ser humano no tiene futuro, su tiempo existencial seria solo unas horas de vida. Sin la  atención  permanente no solo al nacer, sino al largo de la vida,  sería imposible existir o  subsistir. 

Antropológicamente en algún momento alguien se fue especializando en el cuidado, al principio debió ser alguna mujer, que perdió a su bebe, con los pechos llenos de leche, amamanto y crio algún otro lactante sin madre. Un desconocido  chaman, a lo mejor descubrió  una hierba que bajaba la fiebre. Desde siempre en épocas de guerra, las abuelas cubrían la falta de hombres y cuidaban de los niños para que las mujeres pudieran estar en el campo y recolectar las cosechas. Las órdenes religiosas crearon hospicios y lugares donde se podía a lo mejor curarse, pero sobretodo morir. Un espacio físico determinado que dio paso a los hospitales actuales.

La cura enfermera es un arte(escribo la palabra "arte" con conocimiento de causa), abierta a todas las formas de creatividad, a todo sentimiento y emoción del ser humano. Nuestra manos, nuestra vista,  nuestra inteligencia, todo está puesto al servicio de la persona  que cuidamos con paciencia, comprensión y respecto.

Arte de curar, arte de vida, arte de morir. Esto es la cura enfermera y ciertamente con la Pandemia lo hemos demostrado una vez más. 

Imagen de djedj en Pixabay 

martes, 12 de mayo de 2020

No temen la muerte pero si la soledad



Hay aún una posibilidad como seres humanos: aprender a vivir sin tiempo. A las personas mayores  el futuro no les importa, saben bien que su cuerpo tiene una fecha de  caducidad, los achaques diarios se presentan para   que no se hagan ilusiones vanas.  Si no sufren desmemoria, el pasado aún les hace sonreír o lo borran por higiene mental si fue doloroso en exceso.

Viven pues en el presente, el día a día, van a dormir y no saben si mañana estarán aun. Estos años en la residencia he descubierto en ellos integridad de vida profunda. Son sabios, por años, por la  experiencia adquirida  que les ha enriquecido de vida interior. 

Si hacemos como ellos, si solo vivimos el presente, si conseguimos dejar  nuestros particulares demonios en el armario dejaremos  crecer  la semilla del cambio eterno que se da a la medida que vamos envejeciendo para enriquecernos  internamente  ahora que el cuerpo merma.

Por esta razón el confinamiento en las habitaciones de las residencias les ha supuesto un verdadero drama emocional y psicológico: No temen la muerte pero si la soledad.

El ritmo cotidiano que les daba ámbitos y seguridad. Las relaciones familiares o con otros residentes  se ha trasmutado con la Pandemia de una forma desmedida y los ha dejado sin asideros donde sostenerse emocionalmente. 

Su entereza de asumir el día a día como un  reto normal y asumido, sin platearse el mañana ha quedado hecho añicos. Aflorando la protesta  silenciosa que más tememos en geriatría: dejan de comer. Signo inequívoco que va costar superar el trauma de incomunicación, de impotencia personal para enfrentarse a una situación que les despasaba o no la comprendían en absoluto. La huella perdurara en ellos y en nosotros.




domingo, 10 de mayo de 2020

Somos caracoles



Ha llovido, la típica lluvia de primavera que en ocasiones es continua, fuerte y persistente o cae con desgana fina. Los caracoles han salido todos de debajo de las piedras, grietas y escondrijos. Cómo nosotros,  solo que llevamos el paso cambiado con los moluscos gasterópodos, salimos con más ganas cuando el sol brilla. 

Hoy me he sentido caracol. En casa sin salir, confinada. Sin  excusa  posible para darme un garbeo. Solo salgo de la cascara del caracol-casa para tirar las basuras al contenedor pertinente y lo toco con guantes o papel. Soy demasiado consciente que soy  portadora. Puedo contagiar muy a mi pesar. No he querido platearme ninguna culpabilidad. Ha pasado y punto, ser este porcentaje de población transmisora sin síntomas tiene su punto de misterio que no se desvela sino se hace el pertinente PCR.

Un caracol que ayer tomo consciencia del grado de tensión acumulada y la tremenda ansiedad que ha soportado. Lo descubrir de repente: Consigo  mantener la atención de forma continuada en una lectura, puedo ver noticias o programas informativos sobre Covid-19 o busco el tema en la red, no los cierro como estos meses atrás que no quería saber. Me siento a comer  con calma, sin ansia. No me despierto muchas veces durante la noche pensando en residentes. La sensación de querer evadirme al volver a casa cada noche para ver películas tontas o sensibleras ha desaparecido.

Ayer leí un informe de la Generalitat donde se apuntaba la alta incidencia de síndrome Burnout en personal sanitario estos meses próximos. El colectivo enfermero esta en primera línea y serán  de los  profesionales más afectados, estar quemados en nuestra profesión es un hándicap difícil de superar con facilidad. Lo que hemos vivido nos ha marcado  y las consecuencias de todo lo que está pasando aún están por llegar.

Por eso me obligo a ser caracol. Se lo debo a a los residentes del geriátrico, a mis compañeros y ciertamente a mi familia. En este nuevo periodo de descalada, hay que mantener las pautas y la guardia alta, el bichito de marras va por delante de nosotros, actúa con una rapidez extraordinaria y no da margen de tratamiento efectivo. 

Seamos pues consecuentes, si volvemos a las andadas, sino respetamos distancias todo puede complicarse nuevamente. Ser caracol quince días lo puedo aguantar, volver a la residencia y repetir nuevamente una película de dolor y muerte no, ningún sanitario lo soportaría. 


Imagen de Ulrike Leone en Pixabay 





viernes, 8 de mayo de 2020

Toca cuidarse.



No han  valido mascarillas, guantes dobles ni EPI, tampoco estar en  alerta máxima  en el trabajo o al ir a comprar: El PCR ha dado positivo. Por ahora no hay sintomatología cosa que agradezco de verdad. Se de sobra que puede pasarme así que ahora toca cuidarse.

Los sanitarios somos unos especímenes curiosos: nos pasamos la jornada laboral intentando aliviar a las personas que atendemos  pero cuando nos toca, cuando el cuerpo da señales de estar mal, o bien miramos al otro lado y nos engañamos quitado importancia a la patología o nos convertimos en unos hipocondriacos de cuidado.

No he hecho ninguna encuesta pero creo que la estadística va más o menos por la mitad. Dudo mucho que un sanitario sea un buen enfermo, somos escépticos por naturaleza. Va a cuestionar abiertamente o sin decirlo,  al mejor especialista del mundo, sea quien sea. 

En una palabra: como sabemos bien que pasa o nos puede pasar, nos convertimos en  unos sabiondos de cuidado. Las fuentes para rebatir la opinión médica de turno o la cura enfermera pueden ser varias: Internet es la gran aliada, experiencia propia, amigos, el terapeuta de flores de Bach, aquel jarabe para la tos de hierbas caseras de la vecina… Todo vale. Así que el tratamiento original que nos ha dado el medico del CAP termina siendo de todo un poco. Somos una farmacopea ambulante auto diagnosticada  y así nos va.

Con el COVID-19 vamos muy perdidos. Nadie puede decir que receta es infalible. No hay tratamiento claro y esperar vacuna es por ahora una verdadera entelequia. Al inicio de la Pandemia en la residencia,  presencie un ataque de ansiedad  de una persona sanitaria  que fue antológico. El miedo, el pavor a enfermar le hizo entrar en una espiral realmente malsana que era creada por un  instinto ficticio creado por su cerebro. Porque esta es la cuestión: si hay aprensión la  gran manipuladora personal que es nuestra mente nos deja abiertos a enfermar. Como era de esperar,  aún está de baja. 

Ella estaría en la franja de los sanitarios hipocondriacos. Sin duda  yo soy de las que restan importancia a las enfermedades. Me cuesta aceptar que estoy mal, supongo que una salud fuerte me ha dado motivos para ser así.

Por eso me ha costado saber que debo estar confinada quince días y esta vez de verdad, sin trabajo, sin supermercado, sin viaje con coche hasta la residencia… esto es lo que hacía y ahora nada. Al pairo día si día no, debo crearme mis rutinas, mis tiempos de encuentro conmigo misma. 

Voy a emprender un nuevo viaje interior gracias al  positivo del COVID-19.Sé que valdrá la pena por una razón: si quiero cuidar, debo ahora cuidarme. He dado mucho estos meses, me he quedado exhausta muchos días, el dolor de las perdidas me ha atenazado y aun no estoy restablecida. Debo hacer mi particular duelo y cerrar una etapa no solo laboral, la implicación personal ha sido absoluta.Si la vida me ha dado un regalo para que repose voy hacerle caso. 

Imagen de fernando zhiminaicela en Pixabay 


miércoles, 6 de mayo de 2020

Certificados de defunción


No puedo con las estadísticas de defunciones y las personas afectadas por COVID-19. Aquí sí que no me creo nada en absoluto. Por una razón muy simple: no se han hecho PCR a su debido tiempo a las personas mayores ingresadas en geriátricos. La certeza  no la sabremos nunca y creo que más de unos estará de acuerdo conmigo que es voluntad que no se sepa el número  de afectados por coronavirus en residencias.  Nuestras mentes racionales quieren cifras, certezas, verdades que intentamos hacer nuestras quizás para contrastar la angustia que se está viviendo.

Hago otra reflexión: las neumonías es un de las causas más comunes de muerte geriátrica. ¿Quién me asegura que el mes de enero y febrero  no tuviéramos ya coronavirus en las residencias? Es  la época del año característica de las personas  con patología respiratoria, y cuando más se descompensan. Hay ya noticias sobre un paciente zero a finales de diciembre, por tanto, nada se sabra de cierto nunca.

Aporto además un argumento definitivo a mi modesto entender: la muerte es un proceso, vamos perdiendo la fuerza vital poco a poco  no ocurre nada de repente en el cuerpo, el deterioro cedular, la aportación  insuficiente   de oxigeno que agrava el ritmo cardiaco provocando al final la parada del mismo, la progresiva pérdida de la función renal. Todo va desajustado y este proceso puede durar años, días, horas o unos escasos minutos, pero nunca es un órgano solo el que falla, es el conjunto. El  final del ciclo vital  de una persona lo hemos identificado con la muerte cerebral. 

Con estos planteamientos se comprende que nunca  me he creído la palabra escrita en los certificados de defunción. Cierto que el medico la escribe con conocimiento, no cuestiono su labor, queda muy bien decir que ha muerto la persona  de un infarto de miocardio, de un AVC, o de las lesiones traumáticas de un accidente de tráfico. La familia, quiere saber el motivo de la muerte. Ayuda en el duelo: hay un  causante a quien darle la culpa de la ausencia. Una vez más nuestra mente racional pone un título y se aferra a él. 

Enfermera en un geriátrico me ha posibilitado  comprender que significa envejecer. Si somos lucidos y no nos engañamos,  el envejecimiento  es un lento proceso que nos posibilitara irnos despidiendo de la VIDA. Nuestro cuerpo físico ira claudicando, un día detrás de otro, los deterioros se presentaran y no tenemos soluciones mágicas, por más pastillas o tratamientos que hagamos.

Así que lo siento por las personas que contabilizan datos mortuorios sobre el COVID-19, pero decir que Fulanito o Zutanito han muerto de coronavirus  no se ajusta a la realidad del acto físico de morir, y si lo dice el gobierno peor aún, o hay razones de fondo que prefiero no escribir.

martes, 5 de mayo de 2020

No me gusta la cara que tiene





Son muchos días seguidos que un gerocultor me ha llamado y me ha dicho esta  frase. Normalmente con voz preocupada y no solo refriéndose a un residente, en ocasiones a más de uno.

Cuando una compañera entra de buena mañana a una habitación, su impresión es importante para ella pero a mí me da muchísima información de cómo está la persona mayor. Desde decirme que cree que tiene fiebre, que está  muy alterado, excesivamente dormido o sonriendo muy feliz.

Estos meses de Pandemia las mañanas, mediodías y última hora de la tarde, esta frase pero sobretodo el tono de voz del  gerocultor me daba pavor oírla. Sabía de sobra que era apremiante ver al residente, cuando profesionales  como ellos,  que están viendo su cara a diario,  oyéndolo en sus monólogos de desvaríos o conversando ves a saber de qué,  se dan cuenta que alguna cosa no va bien. Hay que ir rápido a la habitación, sin dudarlo.

Esta mañana de repente, me he dado cuenta, pasadas ya las diez, que nadie me había llamado. Ni una sola vez el teléfono ha sonado. Estaba en la Unidad de Vida Protegida, en medio de la sala, en la cocina  he visto como dos gerocultoras, estaba riéndose de una broma que una de ellas explicaba.

Me he unido a ellas y también he reído con ganas.Solo que mi risa era profunda y muy sentida: Estamos ganando la Pandemia en la residencia y por eso el humor, las risas, las tonterías continuas que a veces se dicen en el trabajo volvían. 

Hay ganas de olvidar el dolor, dejar atrás unos meses de pesadilla atroz. Solo espero que si alguno de ellos lee este escrito mañana sonría, haga bromas y de los buenos días. Abrazos no se pueden aún, pero si alegramos nuestras caras, todo puede ser de color de rosa. Sensiblero quizás, pero el equipo es consciente del drama que estamos viviendo con los  residentes y sus familias.

Un poco de dulzura, de mimos, lo necesitamos y miente quien diga que  es superfluo. 

Imagen de Ирина Ирина en Pixabay 

domingo, 3 de mayo de 2020

Colas para comprar







Este sábado he comprendido que para nada va a servir esta Pandemia: el respeto a las personas mayores y sus dificultades motoras no son valoradas  por una sociedad individualista, atrapada en sus miedos a enfermar, con un aislamiento que aún no ha hecho ser más zombis de lo que éramos.

La conozco desde que era pequeña, nos apreciamos pues desde hace mucho. Vive en mi calle, su andar ya no es nada ligero, sus rodillas artrosicas necesitan la ayuda de un andador. Entre bancos que encuentra en la Rambla de Ripollet y la banqueta del caminador se desplaza poco a poco. 

El sábado fui a comprar al supermercado, la cola era de las más largas que  he visto.  Dude de hacerla,  pero el recuerdo de la nevera  vacía y la perspectiva laboral de esta semana me hizo desistir. Suerte que el día era radiante. Al poco llego ella y se puso detrás de mí. Inmediatamente se sentó en la banqueta y me conto de donde venía. Comprendí que mantenía la fidelidad antigua  de comprar en distintas tiendas: el pan lo tenía que ir a buscar a la otra punta del pueblo, el pescado en el mercado y la fruta  ves a saber dónde. Solo le faltaban los yogures y el sitio mejor, según ella, era ese supermercado. Parecía cansada y entendí que con tanto trasiego de compras querría llegar a casa. 

Le dije que iría a pedir  que pasara delante de todos y comprara los yogures sin esperar. Pues como que no. No lo conseguí. La cajera del supermercado me dijo que debía pedir permiso a las personas de la cola y que se habían montado más de una bronca por dejar pasar antes personas mayores por lo que  ellos no harían nada.

El cartelito de la puerta queda muy bien, pero las personas de la cola, jóvenes y no tan jóvenes, confinados como yo, con o sin trabajo, jugando todos con los móviles en sus manos, ni me miraron ni supongo entendieron mi cabreo descomunal cuando volví al lado de mi vecina y se lo explique. Ella, más sabia,  que yo, me sonrió y empezó a hablar de sus nietos. Tiene paciencia y resignación.

Entramos las dos casi juntas al supermercado, al poco vi cómo se dirija a la caja con dos yogures encima del caminador. La media hora que estuvimos en la calle no le importo,  sabe  bien que el tiempo no es nada.

Volví a casa pensando que las palabras se las lleva el viento si no hay cambios de conducta urgentes en relación al trato a las personas mayores, pensé  en la actitud de las personas de la  cola. Absolutamente nadie presto atención a mi protesta. El móvil o poner cara de musaraña es la respuesta que me dieron mis vecinos. Sinceramente no quisiera que ninguno de ellos viviera un trato igual cuando sean mayores y las rodillas o la espalda flaqueen, pero si no nos civilizamos, si persistimos en estas actitudes autistas, individualistas y sumamente egoístas no tenemos salida como Humanidad.

La Pandemia ha diezmado a las personas mayores de las residencias, ahora todos salimos en las noticias y la imagen que queda no es halagüeña: ``Pobrecitos, ves que lastima, me han dicho que hay maltrato´´…. Dejemos de ser cínicos por favor. Porque con la actitud que presencie en la cola el sábado me di cuenta la podredumbre moral de una sociedad que no quiere reconocer la vejez, su propia mortalidad. 

El COVID-19  puede ser una oportunidad de cambio, ha traído mucho dolor y muchas muertes, cierto. Pero es hora de ser lucidos y darnos cuenta que algún día, seremos nosotros los que no podamos hacer la cola. El karma siempre vuelve, no sé si es verdad, pero sería hora de tenerlo presente.  



Imagen de Jasmin Sessler en Pixabay 

Visita al WC. ¿Porque no los llevamos?

  Dar un curso de geriatría en el Lloc de la Dona me ha recordado una cosa que siempre observaba. Sabiendo de sobras que poco podríamos ha...