Hay aún una posibilidad como seres humanos: aprender a vivir sin tiempo. A las personas mayores el futuro no les importa, saben bien que su cuerpo tiene una fecha de caducidad, los achaques diarios se presentan para que no se hagan ilusiones vanas. Si no sufren desmemoria, el pasado aún les hace sonreír o lo borran por higiene mental si fue doloroso en exceso.
Viven pues en el presente, el día a día, van a dormir y no saben si mañana estarán aun. Estos años en la residencia he descubierto en ellos integridad de vida profunda. Son sabios, por años, por la experiencia adquirida que les ha enriquecido de vida interior.
Si hacemos como ellos, si solo vivimos el presente, si conseguimos dejar nuestros particulares demonios en el armario dejaremos crecer la semilla del cambio eterno que se da a la medida que vamos envejeciendo para enriquecernos internamente ahora que el cuerpo merma.
Por esta razón el confinamiento en las habitaciones de las residencias les ha supuesto un verdadero drama emocional y psicológico: No temen la muerte pero si la soledad.
El ritmo cotidiano que les daba ámbitos y seguridad. Las relaciones familiares o con otros residentes se ha trasmutado con la Pandemia de una forma desmedida y los ha dejado sin asideros donde sostenerse emocionalmente.
Su entereza de asumir el día a día como un reto normal y asumido, sin platearse el mañana ha quedado hecho añicos. Aflorando la protesta silenciosa que más tememos en geriatría: dejan de comer. Signo inequívoco que va costar superar el trauma de incomunicación, de impotencia personal para enfrentarse a una situación que les despasaba o no la comprendían en absoluto. La huella perdurara en ellos y en nosotros.
Imagen de Ich bin dann mal raus hier. en Pixabay
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