Ha llovido, la típica lluvia de primavera que en ocasiones es continua, fuerte y persistente o cae con desgana fina. Los caracoles han salido todos de debajo de las piedras, grietas y escondrijos. Cómo nosotros, solo que llevamos el paso cambiado con los moluscos gasterópodos, salimos con más ganas cuando el sol brilla.
Hoy me he sentido caracol. En casa sin salir, confinada. Sin excusa posible para darme un garbeo. Solo salgo de la cascara del caracol-casa para tirar las basuras al contenedor pertinente y lo toco con guantes o papel. Soy demasiado consciente que soy portadora. Puedo contagiar muy a mi pesar. No he querido platearme ninguna culpabilidad. Ha pasado y punto, ser este porcentaje de población transmisora sin síntomas tiene su punto de misterio que no se desvela sino se hace el pertinente PCR.
Un caracol que ayer tomo consciencia del grado de tensión acumulada y la tremenda ansiedad que ha soportado. Lo descubrir de repente: Consigo mantener la atención de forma continuada en una lectura, puedo ver noticias o programas informativos sobre Covid-19 o busco el tema en la red, no los cierro como estos meses atrás que no quería saber. Me siento a comer con calma, sin ansia. No me despierto muchas veces durante la noche pensando en residentes. La sensación de querer evadirme al volver a casa cada noche para ver películas tontas o sensibleras ha desaparecido.
Ayer leí un informe de la Generalitat donde se apuntaba la alta incidencia de síndrome Burnout en personal sanitario estos meses próximos. El colectivo enfermero esta en primera línea y serán de los profesionales más afectados, estar quemados en nuestra profesión es un hándicap difícil de superar con facilidad. Lo que hemos vivido nos ha marcado y las consecuencias de todo lo que está pasando aún están por llegar.
Por eso me obligo a ser caracol. Se lo debo a a los residentes del geriátrico, a mis compañeros y ciertamente a mi familia. En este nuevo periodo de descalada, hay que mantener las pautas y la guardia alta, el bichito de marras va por delante de nosotros, actúa con una rapidez extraordinaria y no da margen de tratamiento efectivo.
Seamos pues consecuentes, si volvemos a las andadas, sino respetamos distancias todo puede complicarse nuevamente. Ser caracol quince días lo puedo aguantar, volver a la residencia y repetir nuevamente una película de dolor y muerte no, ningún sanitario lo soportaría.
Imagen de Ulrike Leone en Pixabay
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