Este sábado he comprendido que para nada va a servir esta Pandemia: el respeto a las personas mayores y sus dificultades motoras no son valoradas por una sociedad individualista, atrapada en sus miedos a enfermar, con un aislamiento que aún no ha hecho ser más zombis de lo que éramos.
La conozco desde que era pequeña, nos apreciamos pues desde hace mucho. Vive en mi calle, su andar ya no es nada ligero, sus rodillas artrosicas necesitan la ayuda de un andador. Entre bancos que encuentra en la Rambla de Ripollet y la banqueta del caminador se desplaza poco a poco.
El sábado fui a comprar al supermercado, la cola era de las más largas que he visto. Dude de hacerla, pero el recuerdo de la nevera vacía y la perspectiva laboral de esta semana me hizo desistir. Suerte que el día era radiante. Al poco llego ella y se puso detrás de mí. Inmediatamente se sentó en la banqueta y me conto de donde venía. Comprendí que mantenía la fidelidad antigua de comprar en distintas tiendas: el pan lo tenía que ir a buscar a la otra punta del pueblo, el pescado en el mercado y la fruta ves a saber dónde. Solo le faltaban los yogures y el sitio mejor, según ella, era ese supermercado. Parecía cansada y entendí que con tanto trasiego de compras querría llegar a casa.
Le dije que iría a pedir que pasara delante de todos y comprara los yogures sin esperar. Pues como que no. No lo conseguí. La cajera del supermercado me dijo que debía pedir permiso a las personas de la cola y que se habían montado más de una bronca por dejar pasar antes personas mayores por lo que ellos no harían nada.
El cartelito de la puerta queda muy bien, pero las personas de la cola, jóvenes y no tan jóvenes, confinados como yo, con o sin trabajo, jugando todos con los móviles en sus manos, ni me miraron ni supongo entendieron mi cabreo descomunal cuando volví al lado de mi vecina y se lo explique. Ella, más sabia, que yo, me sonrió y empezó a hablar de sus nietos. Tiene paciencia y resignación.
Entramos las dos casi juntas al supermercado, al poco vi cómo se dirija a la caja con dos yogures encima del caminador. La media hora que estuvimos en la calle no le importo, sabe bien que el tiempo no es nada.
Volví a casa pensando que las palabras se las lleva el viento si no hay cambios de conducta urgentes en relación al trato a las personas mayores, pensé en la actitud de las personas de la cola. Absolutamente nadie presto atención a mi protesta. El móvil o poner cara de musaraña es la respuesta que me dieron mis vecinos. Sinceramente no quisiera que ninguno de ellos viviera un trato igual cuando sean mayores y las rodillas o la espalda flaqueen, pero si no nos civilizamos, si persistimos en estas actitudes autistas, individualistas y sumamente egoístas no tenemos salida como Humanidad.
La Pandemia ha diezmado a las personas mayores de las residencias, ahora todos salimos en las noticias y la imagen que queda no es halagüeña: ``Pobrecitos, ves que lastima, me han dicho que hay maltrato´´…. Dejemos de ser cínicos por favor. Porque con la actitud que presencie en la cola el sábado me di cuenta la podredumbre moral de una sociedad que no quiere reconocer la vejez, su propia mortalidad.
El COVID-19 puede ser una oportunidad de cambio, ha traído mucho dolor y muchas muertes, cierto. Pero es hora de ser lucidos y darnos cuenta que algún día, seremos nosotros los que no podamos hacer la cola. El karma siempre vuelve, no sé si es verdad, pero sería hora de tenerlo presente.
Imagen de Jasmin Sessler en Pixabay
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