miércoles, 29 de julio de 2020

Tiempo de espera

A veces un retraso de avión da para mucho. Ayer tuve que ir al aeropuerto de Barcelona, por extraño que parezca, aún pueden llegar tarde los vuelos. Es igual que la frecuencia de estos haya bajado a mínimos y muchos de los viajes se hagan con poco pasaje. Persisten los retrasos.

La espera me dio tiempo de sobra para observar y comprendí que vamos errados de verdad. Mi generación fue de las primeras que encontramos gusto a los viajes, aunque fuera con trenes por toda Europa o utilizando una furgoneta vieja que para sorpresa nuestra,llego hasta Roma sin problemas y volvió bastante entera que digamos. Las generaciones anteriores máximo sus viajes fueron de luna de miel a Mallorca y poco más, algunos ni eso.

El giro dado por las generaciones posteriores, ha sido espectacular, todos los jóvenes que conozco han estado lejos, desde los Erasmus (para estudiar en teoría) pero que también sirven para divertirse,a los fines de semana en ciudades de Europa, viajes a América y evidentemente Asia.

Ahora después de días de confinamiento total. Obligados a estar parados, inmóviles en su habitación o en el balcón de casa, si tienen esta suerte. Sin salir, estudiando unos, matando el tiempo otros como han podido. Va y les decimos que la fiesta no puede durar, que nada de salidas nocturnas, que piensen en sus abuelos, que sean solidarios y responsables....

Difícil lo veo, mucho.

Ni les hemos dado ejemplo, ni los hemos educado para estarse quietos. Tampoco nos ven nada dispuestos para resguardarnos y proteger al otro de una infección. Son valores que como Humanidad se han disuelto en una marea grandiosa que nos ha arrastrado a una normalidad enloquecida por el pavor a enfermar y con problemas económicos que persistirán durante años.

Sin viajes de low cost, sin salidas con los amigos, sin birras, con pocos recursos monetarios y unas perspectivas laborales precarias por no decir inciertas...¿Es este el mundo que vamos a dejar a las generaciones posteriores?. El gobierno habla de nueva normalidad. Eufemismo que queda muy bien pero no dice nada, ya que lo que vendrá es incierto y de normal mas bien poco.

Queda la posibilidad de confiar y esperar que alguna cosa de este drama social-sanitario-económico sea positivo para los jóvenes, para todos. Es difícil ver esperanza en todo lo que esta pasando, pero habrá que hacer un esfuerzo.

Imagen de Free-Photos en Pixabay (foto botellas)

Imagen de Jan Vašek en Pixabay (aeropuerto)


lunes, 13 de julio de 2020

Velar las armas

Creo que vamos a tener que prepararnos a ser nombrados caballeros de la mesa Redonda o en mi caso, damisela ingenua que espera ser salvada de las garras del malvado de turno por mi caballero andante.

Aguerrido de verdad, el día antes de ir a la batalla, pasara la noche velando las armas. Es la condición que le impone el Rey para ser nombrado mi caballero paladín. Saldrá de madrugada, raudo y veloz, con su brioso corcel blanco a la batalla que se presenta aguerrida y dura, como todas las gestas heroicas del Medioevo.
 
Solo que este velar las armas no transcurre en la Edad Media, sino ahora. No hay escudos, ni espadas, tampoco hermosos caballos con un trote elegante y majestuoso.

Es todo menos literario o una película de Hollywood fantástica. Fue un acto rutinario pero fui consciente que estaba empezando a velar las armas, nada deje al azar, queria estar segura.

Se que estamos preparados nuevamente por si hay un rebrote de  Covid-19. Hay material desde antibióticos a morficos , jeringas, mascarillas, EPIS...

Vamos pues a presentar batalla, pero esta vez lo haré con rabia, y no contra el coronavirus. El bicho hace bien su trabajo, el enfado esta contra los incivicos que han ido sin mascarillas o sin guardar distancias. Tampoco no han sido muy ágiles los políticos a tomar desiciones,  los juegos equilibristas para lograr salvar la economía se comprenden pero no ayudan a parar el brote de Llerida.

No hay otra pues. Estamos  nuevamente  peparados, hay  material ,  solo que emocionalmente no estoy aun curtida para una batalla como la vivida esta primavera.

Solo pido que los incivicos de turno, no aplaudan esta vez.

Imagen de Michał Koper en Pixabay  (primera foto)
Imagen de Henryk Niestrój en Pixabay  (segunda foto)
 

jueves, 9 de julio de 2020

LA CIGARRA

Me gusta comer en el jardín de la residencia. No es que no esté mal en el comedor con el resto de compañeros. No es la razón principal porque busque la soledad. Lo hago porque no quiero oír que el residente Sr X está mal, que la Sra. Z esta agitada… Los comentarios son lógicos. Cómo  el hecho que hay que guardar las distancias también comiendo. Así que desconectar  es muy difícil  y  es eso precisamente lo que necesito para poder estar bien el resto de la tarde. No es ninguna huida. Es salud mental.

El calendario marca calor,  julio es el mes del Sol. La canícula es tórrida, insufrible. Por suerte tengo mi  rincón favorito en el  jardín. Los  arboles dan  sombra y  la brisa se nota. Es mi espacio de estío, cuando llega el invierno modifico la ubicación para tener sol y quedar resguarda si hace viento. Contar con dos comedores naturales  es sibaritismo al extremo. Soy privilegiada y después de los  meses de confinamiento aún más. Con los años,  también he aprendido que estos intervalos de silencio, de contacto con la naturaleza, son esenciales si quiero estar bien.


Aún no he empezado a comer, de pronto una cigarra  inicia su canto de presencia continua. Cierro los ojos, noto su melodía tranquilizarme sin pausa por todo mi interior.  Nadie debe perturbar esta paz.

No sé cómo se transcurrirá el resto de la jornada, pero el regalo de la cigarra  me ha posibilitado  equilibrar mi energía. La comida es sabrosa pero la sinfonía musical  del insecto ha sido espectacular, un instante de felicidad gratuita que me ha dado  otro  animal, sin mente quizás, pero esencial  para recomponer la mía en este remanso de paz estival.

Imagen de Yukie Chen en Pixabay  (cigarra)

Imagen de Pexels en Pixabay  (comida)

domingo, 5 de julio de 2020

Carpe diem quam minimum credula postero

Foto de Harrison Haines en Pexels
El poeta latino Horacio escribió estas palabras. Sin ninguna duda tienen plena  vigencia y en estos tiempos post pandemia, aún más.El confinamiento, la pandemia en si misma ha  provocado muchos dramas no solo de mortalidad o económicos. No es ahora el momento de esbozarlos o nombrar los más evidentes.

Hay como una corriente de fondo social que es peligrosa en extremo. Se estaba gestando desde hace mucho, nada viene rápido y menos un cambio de esta envergadura.El individualismo ha sido el motor, fomentado en parte por las redes sociales. Una falta de valores importantes tanto sociales como culturales, por no decir  espirituales, ya que hablar de religión es insostenible en estos momentos. 

El tejido intergeneracional se ha roto, no es tan potente como antaño. La familia  era el pilar que sorteaba  las  crisis. Muchos abuelos aguantaron económicamente a sus hijos el 2008. Ahora es más complejo, las últimas generaciones que vivieron la posguerra y por tanto  acostumbradas a vivir con lo justo ya no están o viven en los geriátricos.

Por esto la expresión latina de Horacio toma pleno sentido. Solo al salir a la calle se hace presente. No es observable en una persona, son muchos, cientos, yo diría que miles.El gobierno habla de la responsabilidad de la ciudadanía, no la hay. Es imposible, la sociedad o una parte importante de ella, le da igual el covid-19.Las muertes en los geriátricos o en los hospitales. No se sienten preocupados por el umbral de pobreza creciente en muchas familias, personas que no tengan ni para comer. 

Tampoco les importa  que la causa final de la pandemia es por nuestra insensibilidad por la Tierra, la crisis climática es gravisima. La oportunidad que nos da la crisis  debemos aprovecharla, es la última  para cambiar hábitos arraigados insostenibles para un futuro humano en este planeta azul. La Tierra es nuestra casa, la única que tenemos. No debemos olvidarlo, y lo hacemos.

Esta locura de vivir al día sin preocuparse del mañana, olvida la gran premisa universal que nos ha hecho crecer como Humanidad: Sin el otro no soy nada, ni aprendo ni puedo vivir, él está en mí y yo en él. Formamos un todo, un conjunto que nos enriquece y nos hace fuertes.

Solo nos queda una posibilidad: encontrar nuevamente el equilibrio personal, para así poder requilibrar nuestro entorno y de paso retornar a la Tierra su paz. Solo así tendrá sentido el dolor de ahora.


Foto multitud Harrison Haines en Pexels
Foto hombre manifestaciónMarkus Spiske en Pexels

 

Visita al WC. ¿Porque no los llevamos?

  Dar un curso de geriatría en el Lloc de la Dona me ha recordado una cosa que siempre observaba. Sabiendo de sobras que poco podríamos ha...