Entre nosotros hay silencio. Es un espacio que se podría cortar con un cuchillo de denso que es. Ahora he entrado en su habitación. No esperábamos su muerte. Sí, estaba mal pero otras veces había estado más grave y allí estaba siempre cada mañana esperado el inhalador que le ayudaba a mejorar su disnea más o menos omnipresente en ella.
Está fría. Me despido de ella. Todo el personal está entrando. Es un rito que cada uno hace a su manera. Ahora me he fijado que una compañera antes de entrar se ha santiguado. Ninguno de nosotros habla de sus creencias personales pero días como hoy son presentes los rituales. Más de una vez, la tristeza ha hecho mella en mí, a veces el llorado delante de un cuerpo, en total soledad, en el silencio de la habitación que ha sido el último hogar. Un rostro más que se difuminara en los recuerdos pero esta mañana, durante el resto de la jornada, estará muy presente.
La Pandemia fue demoledora por las personas conocidas de años. Rostros que vimos difuminarse en un adiós final muy rápido, con fiebre, desaturación, un empeoramiento grave y sin posibilidades de mejoría, por más que se intentó.
Ningún cuidado los salvo... y aquí estamos otra vez. Esperando que no entre el Covid-19 a la residencia, tomando temperaturas, y vigilando las 24 h del día cualquier signo o síntoma sospechoso.Vendrán más despedidas, es inevitable. Por edad, por patologías crónicas graves.Es igual cuantos PCR nos hagan o hagamos, su fragilidad es enorme, ellos lo saben, las familias algunos si otros no tanto.
Huir sería fácil.Es mejor afrontar los hechos y hacer la mejor cura enfermera posible. No hay alternativa.
Imagen de Goran Horvat en Pixabay (rosa en la nieve)
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