lunes, 29 de junio de 2020

Volver al trabajo

  

 Regresar a la residencia, después de unos días de vacaciones cuesta de por sí. Este año me ha costado el doble, no estoy cansada físicamente, el detonante es otro: Creo que estoy elaborado un proceso de duelo. Era inevitable. Son muchos años de relación humana con los residentes fallecidos. Los apreciaba, los quería, conocía a toda la familia. No he sido consciente que debo darme tiempo para olvidar, para olvidarlos. Solo que dudo mucho que lo consiga algún día.

   Así que con pocas ganas toca volver  a la residencia. Solo al abrir el ordenador y leer el curso clínico  he intuido que no estaría bien. Cuando me han llamado he  terminado lo que hacía y he subido.

  No esperaba tanto. En solo unos días su cara muestra un dolor intenso, esta pálido, demacrado, las mejillas muy  hundidas y las cuencas de los ojos bañadas de un color grisáceo preocupante.  Se siente tremendamente cansado. Habla como siempre. Dándose importancia y demostrando una seguridad que no siente en absoluto

   He dejado que hablara, me he sentado en la silla cercana y he escuchado. También le he dado calidez con dos besos y lo he acariciado en el brazo mientras desgranaba sus cuitas. Agradece siempre estas muestras de afecto y se les he dado,  sabiendo que así podría aplazar un poco el narcótico que me pedía con ansia, un desespero que no es tanto fruto del dolor físico sino de su miedo a la oscuridad de la habitación, a su propia soledad. Siempre he intuido que  esta aterrorizado ante la muerte próxima. No lo tiene nada asumido aunque su porte y maneras sean otras. Finge muy bien. Pero como aquella película antigua,  sabes bien cómo será la última etapa y puede ser muy duro para él. 

  Al final, con un paracetamol y un placebo que dice que le va de fábula, consigo tranquilizarlo y sosegar una ansiedad que ningún medicamento podrá aliviar. Me marcho quedando convencida que los besos, la empatía, la caricia que le he dado es el verdadero calmante. Él no lo sabe,  como enfermera sé que este es el verdadero remedio. No hay patente farmacología que valga tanto como un poco de compasión, de charla tranquila, gestos de compresión y afectos. Se lo he dado y esta vez ha funcionado.
 
  ¡A ver si hay suerte la próxima vez!




miércoles, 24 de junio de 2020

NOSTALGIA DEL SILENCIO


Añoro el sigilo que provoco el estado de alarma y el confinamiento pertinente. Ayer reflexione que el ruido de la calle me molestaba muchísimo, con coches pasando con la música altísima. Siempre que veo un Fitipaldi así, me da pena pensar acabara como yo: con audífonos. Solo que aún es demasiado joven para saberlo.

La verbena de los vecinos, más modesta que otros años, tampoco fue silenciosa. Los petardos, fueron más bien escasos anoche. Signo inequívoco que el personal no está para alegrías superfluas. Tengo buena memoria para los precios y cada vez que voy a comprar me doy cuenta que algo es más caro. Sera quizás un céntimo o dos pero todo suma. La crisis económica es gravísima y no se ira en un santiamén. 

El ruido ambiental que otra vez puebla el silencio de la noche de Sant Joan, ha vuelto para quedarse. No hemos aprendido que se puede obtener   entendimiento hablando quedo, sin gritar. La música se puede oír sin estridencias. Es tiempo de golondrinas y su sonido por la mañana es precioso, al igual que su vuelo al atardecer para recoger algún insecto despistado que les sirva de cena. 

Sí,tengo nostalgia del silencio que nos obligaron hacer. Era un silencio extraño  nadie antes lo había visto o vivido, la calle, el pueblo, el país. Encerrados en nuestras casas, en nosotros.

Pienso ahora en ella. Está entrando en el Gran Silencio de la muerte. Me viene su imagen detrás del mostrador vendiendo golosinas, me encantaba de pequeña ir a su tienda de la Rambla. Hoy, esta calle de Ripollet, estará llena de bullicio, con las terrazas llenas a rebosar.

El sigilo, el silencio ambiental que nos podía ayudar a encontrarnos interiormente se ha ido, como se ira ella, solo que ella restara ya silenciosa. Nosotros no.



Imagen de point-of-interest en Pixabay  (fuegos artificiales)

Imagen de BGraedel en Pixabay   (golondrinas)

martes, 16 de junio de 2020

Miradas


Miramos a los ojos para poder contemplar la humanidad de la persona. No sirve una ojeada fugaz, estas no cuestan nada y no tienen ni sentido ni profundidad. La mirada autentica es aquella que mira a los ojos del otro ser humano para poder ver su esencia en ella.

Esta sociedad nuestra, pandémica, enferma en muchos sentidos y no solo físicamente. Inmersa en  un laberinto complejo de resolver sobre todo por una falta de valores que daban antaño una cierta consistencia a las personas y no estoy hablando de rituales religiosos únicamente.

El individualismo desenfrenado  se ha llevado por delante algo tan necesario como el respeto al otro, el hecho de convivir con otras etnias o culturas. La empatía, para entender a la persona que llora o sufre, dándole consuelo sentido y sincero. Dotarse de paciencia, y dejarle que nos invada con sus preguntas angustiadas.  Recrearse con el tiempo o darlo sin pedir nada a cambio, que aún es más importante si cabe. Sincerarse aunque cueste perdida de status o mostrarse sin ningún velo o maquillajes.

Si lo hiciéremos, si fuéramos otra vez humanos en nuestras miradas, si nos abriéramos al otro sin reservas o miedos, no se produciría  ningún maltrato sea persona mayor, hombre, mujer o niño. Porque en la mirada es donde se contempla la grandiosidad de la persona que tenemos delante. No es porque sí que los vegetarianos no quieren comer nada, ningún alimento o animal que tenga ojos y pueda mostrar su dolor en el momento de su muerte.

Este el gran reto que tenemos como sociedad post pandémica :MIRAR, RECREARSE CON TODOS LOS SENTIDOS PARA CONTEMPLAR AL SER HUMANO QUE NOS HABLA, QUE NOS PIDE UN POCO DE RESPECTO, DE COMPASION.

Se habla de reformular la asistencia geriátrica, el modelo asistencial de las residencias se ha visto sobradamente que no es viable, podremos hacerlo muy bien o muy mal. Pero la base, lo más importante debe ser nuestras miradas de atención en la cura, en el hablar, en asear al anciano o anciana. Darles tiempo y dárselo con consideración, empatía y porque no decirlo cariño.

La Pandemia nos ha llevado un cambio  histórico que nadie preveía, la problemática económica es gravísima, habrá que ver cómo se resuelve. No obstante, la Humanidad cuando descubrió el fuego o la rueda también transformo su realidad social prehistórica. En este momento, si recuperamos la mirada externa e interna también podremos hacerlo.

Imagen de analogicus en Pixabay

domingo, 7 de junio de 2020

Preguntas sin respuesta



¿Por qué veo en la calle gente sin mascarita y debo obligar a los abuelos que mañana podrán ver a sus familiares por primera vez desde primeros de marzo llevarla?

¿Por qué hay que mantener a rajatabla distancias en los geriátricos durante las comidas o actividades y en las terrazas de los bares de la rambla de Ripollet, todo el mundo está tocándose o muy cercano  al compañero de la mesa?

¿Por qué no pueden las familias  abrazar a su ser querido   cuando los adolescentes, parejas de un día, amigas,  van en manada o muy juntos por la calle, tocándose continuamente?

¿Por qué esconder mitad del rostro con la mascarilla imposibilitando que ella me lea los labios, sé que la estoy discriminando además de aislarla aún más?

¿Por qué debemos planificar  con el CAP las visitas que no sean estrictamente necesarias y posponerlas sine die por el riesgo que comporta salir de la residencia para la persona mayor, no hay otras razones quizás?

¿Por qué hemos optado como sociedad a no querer escuchar la voz de las personas mayores de los geriátricos? Quizás creemos de forma errónea  que todos están cognitivamente mal o están tutelados. Hay un porcentaje elevado que pueden y deben decidir por ellos, tiene sus derechos y su libertad, pero con la pandemia se ha optado por dejarlos sin voz.

¿Por qué un confinamiento tan estricto si tampoco pudimos parar la mortalidad? ¿Qué hubiera pasado si no lo hubiéramos hecho?
¿Por qué mandarlos al hospital con la idea de salvarlos y protegerlos cuando no todos volvieron y los que lo hicieron, alguno está peor?
 
¿Por qué no tiene consuelo? Vio su madre agonizando, todo el equipo se volcó a pesar de ser un día muy duro en la unidad. No poderla verla muerta. No tener un velatorio, solo una caja cerrada  que después se incinero la ha dejado muy triste y con un duelo muy difícil de llevar.

Preguntas, una detrás de otra, van y vienen y no se dar sentido a tantas dudas, cuestiones que me atenazan, el miedo atroz a que se repita un rebrote.

Pero lo que me preocupa  es el trato que como sociedad hemos dado a las personas mayores que están en las residencias, aislar a los más frágiles no es viable, pero intuyo, con las imágenes que veo en la calle que a nadie le importa.

Esta sociedad no tiene futuro si se deja llevar por el egoísmo desenfrenado de los individualismos, será el fin de la Humanidad. La pandemia puede ser una oportunidad de cambio. Me aferro a esta idea.
 
         Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 
         

miércoles, 3 de junio de 2020

Pelo blanco o teñido. ¿Esta es la cuestión?



El cierre de peluquerías ha propiciado ver la realidad canosa de mi cabeza sin ningún tapujo, no han valido  ni spray tapa canas ni pasar de perfil para no verme en el  espejo cada mañana. Solo me alivia del drama ver que no he sido la única en padecer por mí look: mis compañeras enfundadas con las Epis, también sufrían por su  pelo que pedía  a gritos un tinte aunque solo fuera para sobrellevar mejor la realidad asistencial que vivíamos.

Por eso rabiaba de no ser presentadora de televisión o ministra de turno del gobierno súper ocupado por la Pandemia. Ellas siempre salían implacables en todas las imágenes que he vistos estos meses. Ser enfermera en una pandemia no es nada fashion.

Así que ahora que puedo ir a la pelú. Que podría teñirme de color naranja o azul, opto por dejar que salga el color blanquecido de las canas y mi cabeza parezca un campo de trigo bicolor (si es que existe en algún lugar un trigal así).

Alguien me ha dicho que es más económico, otra amiga que no perderé tiempo en la peluquería cada mes. Todo esto es verdad pero mi decisión es más profunda: He visto la muerte como nunca antes la había percibido.

Ver aquellas personas mayores que apreciabas entrar en el laberinto final sin darte tregua a dar una respuesta mínima de ayuda solo tratamiento paliativo. Las llamadas telefónicas a hijos o hijas que solo temían que les dijeras que nada podíamos hacer. Nunca en mi vida profesional me he sentido tan impotente, y esta realidad tan punzante humanamente me ha marcado. 

Envejecer es aceptar que el camino de la vida solo tiene un final lento a la oscuridad y al silencio. El cuerpo se va adaptando con pausas y señales a esta nueva situación. El pelo blanco es una de las formas externas que sintetiza muy bien esta travesía. 

Así que aquí estoy, orgullosa de mis canas, las cuidare con mimo. Ellas dan un signo inequívoco a mi rostro, es mi imagen y no me importa nada en absoluto llevarlas.¡Cosas de la Pandemia!

Imagen de ThuyHaBich en Pixabay 

Visita al WC. ¿Porque no los llevamos?

  Dar un curso de geriatría en el Lloc de la Dona me ha recordado una cosa que siempre observaba. Sabiendo de sobras que poco podríamos ha...