Me he saltado el confinamiento a consciencia esta mañana. Sin tapujos lo escribo. Si debo pagar multa lo hare pero mis razones son de calado: Necesitaba ver personas andando por la Rambla de Ripollet. Gente alegre a pesar de las mascarillas que dificultan saber si hacen una mueca o están sonriendo, solo el rictus de los ojos puede clarificar la diferencia. Oír conversaciones ajenas con deleite, fisgonear sin tapujos y si había suerte, encontrar algún vecino para saludarlo desde la distancia reglamentaria.
En una palabra necesitaba ver Vida y sentirme viva.
He salido a la calle con la idea fija en mi mente. No tengo ninguna excusa pero lo he hecho: Con dos supermercados importantes muy cerca de mi casa, me ido andando con toda la parsimonia que me ha dado la gana hasta la otra punta del pueblo para entrar a un tienda de congelados y comprar una bolsa de guisantes congelados.
He regresado por la otra acera de la Rambla de la ida, pensando que no me encontraba ningún conocido pero al menos veía personas que no daban la impresión de estar enfermas, nadie daba signos de muerte próxima, ninguno lloraba, podía pasar sin tomar la temperatura y cruzar los dedos para que el antibiótico hiciera algo, como tampoco he escuchado la voz del médico para indicarme que preparará una nueva sedación.
La Vida hoy ha sido una bolsa de guisantes congelada.
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