Es temprano pero no puedo dormir. Se lo prometí, es hora de hacerlo. Mi compañera se lo merece, y no ella en especial, todos los gerocultores con los que trabajo en la residencia son las pilastras, los enclaves seguros y nada reconocidos de un trabajo duro en extremo, mal pagado, mal visto socialmente, pero esencial para la cura y el cuidado de las personas mayores ingresadas en una residencia geriátrica.
Le di mi palabra un día que le solicite un esfuerzo extra. Sabia al dedillo que modificaba horarios y planes de funcionamiento de la Unidad de Vida Protegida, pero había agotado todas las posibilidades de aliviar el dolor, la angustia vital de una residente que aquel sábado estaba entrando en una fase final con gritos, lloros y una soledad extrema que le producía pavor. No podía dejarla sola. El enema de pulmón iba a más y las gafas del oxígeno del concentrador, lo único que podía ayudarla, se las quitaba cada dos por tres.
La única alternativa era que estuviera a acompañada. Un sábado por la tarde, el personal, ya de por si justo en una residencia, aun es más escaso. De técnicos solo estaba yo y el equipo de gerocultores sobrecargados de trabajo. Era consciente que pedía la luna llena en una noche nublada y lloviosa pero nadie rebatió el planteamiento.
Levantamos a la anciana y la acomodamos en un sillón en un rincón de la unidad, sabiendo de sobra que era una apuesta arriesgada porque si persistía su angustia toda la Unidad, el resto de residentes, empezarían a ponerse nerviosos y el problema sería aún mayor.
Pero no fue así. Se quedó callada, en algún momento se alteró, pero su angustia ante la muerte cercana, pasó a ser un sueño reparador, tener personas a su lado obro el milagro.
Mis compañeros gerocultores consiguieron aquella tarde darle una placidez en el final de vida que aun ahora recuerdo con ternura. Todos sabíamos que tenía las horas contadas, pero las paso con afecto humano, y esta es la clave de la asistencia.Aquella madrugada murió, tranquila las últimas horas.
Hoy, el primer día de primavera, he querido escribir esta entrada. Mañana tenemos turno, la residencia esta atenazada y asustadiza por la pandemia que nos acecha. Pero no me preocupa, mi compañera estará, todos nos daremos apoyo y proporcionaremos lo mejor de nosotros al cuidado de unos ancianos que tiene tristeza de no ver a sus familias, les está costando mucho. Nos toca a nosotros hacerles sonreír, olvidar las noticias pavorosas de la televisión. En una palabra vencer el miedo, como ella aquella tarde.
Este es el trabajo silencioso de los gerocultores. Solo pido que esta pandemia sirva para reconocer su trabajo y no quede solo en aplaudir por las noches desde los balcones. La ley, los ratios de personal, la retribución salarial debe cambiar, es hora de dignificar un trabajo esencial en la cura geriátrica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario