Me topo con una mata al lado del camino, hay muchos en su punto y otros más pequeños, de un color púrpura. El suelo está lleno. Alguno reventado y tiñendo de marrón la tierra como pequeñas hemorragias de sangre vegetal con sus simientes.
El campo da sus últimos frutos y el color púrpura de los higos es una nota cromática que se agradece en una época del año donde los matices están muchos de ellos quemados por el sol. Volveré a venir por este camino. Cada vez la planta me ofrecerá otro color, otro fruto, otra imagen. Como yo a ella. Dar una caricia a una planta como esta es peligroso, me aproximo a ella y hago un amago de tocarla antes de irme a modo de despedida. No sé, lo he sentido así.
Pienso en la residencia, y mi frialdad inicial con los residentes. Me costaba abrazarlos, darles caricias. Nunca me han dado repulsión, era mi timidez, no quería molestar. En esto soy muy escrupulosa. Incluso con la familia o los amigos. No quiero hacerme fastidiosa. De hecho quería guardar las formas. Pero muy rápidamente todo salto por los aires y empecé a abrazar, a dar muestra de cariño en mejillas, abrazos o coger manos. Las respuestas fueron mucho más de lo que esperaba y me di cuenta que me sentaba bien. No sé quién las necesitaba más si ellos o yo.
Ahora todo esta en hibernación, ningun abrazo, nada de besos, manos enguantadas con plastico en ocasiones de color negro, mas tetrico imposible!!
Así que la planta de higos chumbos hoy tiene mi caricia, ella no teme al Covid-19. Espero.
Imagen de Miguel Ibars en Pixabay
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