Me he pasado el fin de semana con la mascarilla en las narices y nunca mejor dicha la expresión. Pero la molestia, el malestar era por ella.
Siempre que me la encuentro le sonrió, deambula casi permanentemente por la Unidad de Vida Protegida. En ocasiones mi sonrisa tiene respuesta: una mueca que parece ser un guiño a mi gesto, en otras solo un mohín inexpresivo, pero en ocasiones más hermosas, una sonrisa franca inunda su rostro imperturbable entonces se deja abrazar. Antes aun decía alguna palabra, ahora no.
Ni el sábado ni el domingo cuando me cruce con ella lo intente. De hecho ni me miraba. ¿Cómo podía reconocerme con aquel papel de tela azul ribeteada de blanco en mi rostro? Si, veía mis ojos, pero ves a saber que pensaba, si es que la imagen mía le sugería alguna cosa en su mente nublada.
El sábado, cuando me puse la mascarilla a las ocho de la mañana, no pensé en las consecuencias a la hora de la cuidar a las personas con Alzhéimer o Desmemorias varias. Antes de las nueve la realidad me hizo estremecer de malestar, de pena, del desvarió mundial que provoca este bichito microscópico que tiene nombre de coronavirus o más científico Covid-19.
No dudo que la protección quizás sea útil. Los expertos juzgan mejor llevar mascarilla, lavarse manos y estrenar precauciones en muchas tareas sanitarias. Es evidente el planteamiento y hay que hacerlo, pero la reflexión que me hago desde el sábado va más allá y no encuentro respuesta:
LAS PERSONAS QUE SUFREN DEMENCIA, LOS UNICOS ACCESOS QUE TENEMOS PARA APROXIMARNOS A ELLAS SON SENSORIALES, SI PONEMOS BARRERAS COMO UNA MASCARILLA, ¿QUE NOS QUEDA? ¿COMO PUEDO CUIDARLA SINO ME RECONOCE?
No hay comentarios:
Publicar un comentario