Nos gustaría. Estoy segura que en estos de momentos, con la pandemia aun descontrolada, nos encantaría estar en un castillo inexpugnable resistente a bichitos, microbios y virus pertinaces. Con un príncipe guapísimo y una princesa de trenzas rubias en el balcón de la alameda, saludando a los gerocultores y técnicos de buena mañana cuando empezamos la jornada de trabajo. El cuento además requiere que esté lleno de flores, amores y fiestas.
Sería una historia hermosa, idílica, poder ir a trabajar en un lugar así en estos momentos. Los sueños, todos sabemos que sueños son, duran solo el tiempo necesario para saber que no es la realidad.
El personal sanitario de las residencias, los de cocina, limpieza, mantenimiento, dirección, hace muchos días que estamos despiertos, la lucha es desigual, por no decir muy dura: el enemigo no se ve. Nadie lo ha visto dentro de la fortaleza pero esta. Puede encontrarse en mí, en ti, o en abuelo que dormita la siesta en su sillón de la habitación. La invisibilidad del invasor no permite un enfrentamiento a cara descubierta. Más bien todo lo contrario, parecemos buzos de sumergidos en un mar sin agua, sin corales o peces de colores para animar nuestro semblante de tensión, preocupación, cuando no lloros.
Las residencias por no ser, no somos ni centro sanitario. Somos más bien un alojamiento hotelero para personas mayores. Con la pandemia se ha descubierto la caja de Pandora: estas sedes no tiene por qué tener enfermeros las 24h y los ratios de gerocultores son insostenibles con el grado de dependencia cada vez mayor de las personas que cuidamos. La desidia política, los intereses económicos, leyes que son papel relleno de palabras bonitas pero sin dotación monetaria suficiente…Estamos saliendo a las noticias casi a diario y no tiene que ser necesariamente, por mala praxis de las personas que trabajamo para preservar y mantener una calidad de vida geriátrica óptima. Actualmente se nos pide un esfuerzo de titanes: mantener la residencia- fortaleza libre de coronavirus. No podemos, nadie puede. Ni las UCI de los hospitales mas importantes del mundo.
Hay una labor que dominamos porque lo hemos hecho desde que entro la persona mayor en el centro y es dar calidez humana, empatía y cariño. Sabemos cómo es.Lo hemos cuidado a diario y mueren con nosotros. Su familia no podrá abrazar a la abuela delgada, casi caquéxica que solo quería estar en el pie de la escalera, o la pequeñita de estatura que pizpireta como era, andaba ligera cuando sus piernas aún se lo permitían.
Las muertes están aquí, son mayores, casi centenarios, la fortaleza inexpugnable no puede con el envite, con el virus perverso que entra de incógnito. Ellas ya no leen cuentos de príncipes y princesas, están en el Gran Silencio. Cuidarlas, conocerlas, reírnos, apreciarlas, ha sido un honor y una dicha, sus rostros se irán difuminando, pero con este escrito siempre serán recordadas.
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