Tengo que verlo nuevamente, hay que valorar su agonía, está tranquilo. Aún no hay apneas y estertores, pero nunca sabes si se mantendrá en este estado de confort final. Más de una vez hay que ajustar la medicación sedativa.
He abierto la puerta y me he quedado quieta, sin entrar del todo, la sorpresa ha sido muy hermosa. He comprendido su significado al instante: alguien ha movido la cama y lo ha puesto de forma que mire el jardín.
foto Pexels
La luz de la tarde ya decae, llovizna débilmente, el viento mueve las ramas del peral. Las flores están haciendo una lluvia blanquecina de pétalos que se dispersan a los pies del árbol.
Me acerco más a él. Sus ojos están vidriosos, entreabiertos. No sé si ve, no sé si me escucha. Nunca sabré si mi presencia es bálsamo o incordio en estos momentos finales de la persona.
Acaricio sus mejillas, está frente llena de cicatrices, signos evidentes de sus caídas constantes. Quería andar, levantarse. Se enfadaba en extremo si lo llevabas a sentarse cuando se cansaba. Perder el equilibrio era frecuente en él, primero necesito un bastón, que pocas veces llevaba. Pasamos al caminador con idéntico resultado. Era y fue una persona libre y se le respeto. Nadie hablo de contención física, ni familia, ni el equipo. Suturas de heridas, fracturas, lo llevamos a urgencias más de una vez.
Ahora realizara la última travesía por la cuerda floja de su agonía. Está solo. La muerte llega en soledad. Nadie sabrá que piensa, que siente o que querria decir. Nos queda el consuelo de que vea el jardín, que sepa que el personal que lo ha cuidado estos años, ha movido la cama, para que este bien, contento, como cuando lo sentábamos con el sillón reclinable mirando el peral.
Salgo en silencio de la habitación y bajo a planta. Sé quién ha movido la cama, me acerco a ella y le abrazo. Las dos nos emocionamos.
No es necesario decirnos nada.
Tampoco él dice nada.
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