Hay que saber ver un nuevo horizonte en el drama que estamos viviendo. La primera impresión es realmente nefasta las imágenes diarias de televisión, las arengas de los políticos no siempre afortunadas. Por no decir la precariedad laboral, los despidos, los cierres de empresas, la situación critica de muchas tiendas pequeñas o de autónomos atrapados en la vorágine de una pandemia económica atroz.
A la par, una situación sanitaria que persiste en su coste de vidas, las secuelas físicas que no se resuelven con facilidad, por no decir los trastornos emocionales o psíquicos. Iceberg que solo aflora en parte, habrá que esperar estudios de una realidad devastadora. El confinamiento no es inocuo para nadie. No abundan los ermitaños voluntarios en estos tiempos de pandemia.
El candado está bien cerrado y no se abrirá con facilidad. Por más vacunas que nos quieran vender o engatusarnos con un terrón de azúcar, como hacen con la polio. Discursos llenos de palabras maravillosas de una eficacia extrema para dar un bálsamo a la población exhausta. Nos guste o no, tenemos Covid-19 para tiempo.
Es como aquel pariente lejano que se presenta un día en casa con la maleta, y nos dice sonriendo: "Solo será una semana que estaré con vosotros". Mintió, sabemos bien que lo hizo a conciencia, además que ya nos estaba merodeando desde el 2019.
Así que tendremos que poner imaginación, ganas, buena cara, alegría y lloros, la línea divisoria es fácil de quebrar siempre. Ahora recuerdo una clase que di el otro día, me impresionaron los rostros de las seis mujeres que me escuchaban. Quieren cambiar, se esfuerzan por aprender y así mejorar una situación personal muy dura. No lo tienen fácil, mirándolas pensé que hay personas con un coraje extremo, son valientes a pesar de las humillaciones o las agresiones. Deseo que lo consigan, tanto esfuerzo no puede quedar baldío.
Si ellas lo harán también tendremos que hacerlo como sociedad. Alguna cosa esta cambiando. El candado de las residencias ya está resquebrajado. El modelo asistencial está hecho trizas, la pandemia ha puesto al descubierto la trampa, el cartón que escondía un sistema que solo prioriza el beneficio económico con el visto bueno del Gobierno de turno. El estado del bienestar está hecho añicos, como la sanidad pública de este país.
Nuestra generación ha vivido sin guerras, sin hambre, hemos tenido mucho más que nuestros padres y abuelos. Ellos fueron valientes y supieron salir adelante con pocos bienes materiales, sin hipotecas, ni seguridad social, ni ayudas económicas si se quedaban sin trabajo... las mujeres parían con dolor, a los pocos días ya estaban sentadas en la máquina de coser o en el telar de la fábrica textil.
Lo hicieron con ayuda de la familia, de los vecinos, la red social funcionaba y era eficiente, como está pasando ahora. Donde el estado no llega, la solidaridad se instaura. Sin ruido, sin discursos o fanfarrias.
El Covid-19 no podrá romper esta ilusión, esta esperanza que todos ponemos para romper el candado que nos oprime y nos separa de la vida social, de las amistades, del placer del encuentro con el otro y que nos permite ser humanos. Porque nuestro cerebro se alimenta no solo de nutrientes, necesitamos los abrazos.
